El vórtice del desahogo


 Registro el sentir. Observo. ¿Todo puede ser Arte? Todo es. Arte es todo. Siempre. 

Me observo... No hay juicio. 

Quizás, por primera vez en mucho tiempo, la inmensidad no me asusta. Leí que a lo que en verdad tememos es al enorme poder de nuestra luz. Creo que es así. 

Últimamente todo en mi vida es sincrónico, mágico. Puedo verlo, casi palparlo, no en la densidad del aire sino en su liviandad. Estoy aquí, porque estuve allí, porque mañana estaré allá, o allí, o acá. Miro la hora, 11:11, 12:12, 13:13, 15:15.

Siento el alma enloquecida, hambrienta, enfurecida. 

Registro los sentires cada una hora o menos. Me moviliza todo lo que veo, escucho, huelo, siento. Soy sola, acompañada en la lejanía, entrelazada por la red. Mis inquietudes me mueven hacia delante. El pasado lo ojeo solo para procesarlo, decirme: soy la misma, pero otra. 

No hay juicio, por eso las frases se construyen solas. Acá está hablando una mujer que viene soltando el dolor, la estructura, los mandatos, las inseguridades y los miedos porque ya le pesan. Que ya la sonrisa no le da vergüenza. Que se mira y se dice. qué belleza! Una mujer que no conocía hasta ahora, que se transforma, deja partes para recoger otras, antiguas, primitivas, esenciales, indispensables. 

Fue a lo más hondo de mi y de allí rescaté lo que creí roto. Vi que estaba intacto y que era mío. La belleza, en los ojos el cuerpo y el alma, la fuerza, la valentía, el desprejuicio y la confianza. Me pertenecen. Son mi armadura, así soy completa. 

En el umbral hacia lo desconocido, me encuentro toda volcada en palabras, en un vórtice infinito, veloz y voraz. 

El vórtice del desahogo, lo que suelto 

porque dejé que me atravesara.

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